La oposición a la homeopatía desde una prespectiva histórica. Análisis de sus causas

Todos los grandes descubrimientos han sido realizados al margen de la autoridad de los poseedores de los grandes sellos de la ciencia” (Dr. Karl Ludwig Schleich).

En la historia de la medicina la oposición a algunos de sus avances y descubrimientos tienen nombre propio: Vesalio con sus estudios anatómicos, William Harvey que demostró el movimiento circular de la sangre o el autor de la cita, un especialista en anestesia que en 1892 tuvo que abandonar un congreso de cirugía después de recibir la burla de sus colegas al exponer un nuevo método de anestesia local para intervenciones quirúrgicas. La lista de quienes tuvieron que soportar el rechazo a innovaciones y hallazgos importantes para la humanidad es mucho mayor pero, no es el objetivo de este trabajo, sino sólo un elemento para comprender la reacción natural de repulsa de los que sustentan el saber en cualquier ámbito, ante las nuevas propuestas que cuestionan el orden establecido.

Lo que aparece como novedad tiene que enfrentarse a la actitud de rechazo por parte de algunos miembros del grupo social o profesional en el que nace. Si además, es un nuevo paradigma, entonces provoca una revolución en la comunidad científica y no siempre resulta fácil su aceptación. La resistencia se debe, en parte, a que el marco teórico y la metodología considerados como válidos, lo son también por el tiempo de aplicación que proporciona una seguridad a la que no es fácil renunciar.
Lo nuevo provoca miedos y de ahí surge el misoneísmo1 o reacción de rechazo ante lo que aparece como nuevo y cuestiona el orden establecido o lo que se tiene por válido hasta el momento.
La aceptación de una nueva teoría, que cuestiona lo que hemos admitido como verdadero, provoca una actitud de recelo y hostilidad, a la vez que una reacción defensiva que deriva de prejuicios personales y, son éstos, los que se ocultan detrás de las argumentaciones más o menos válidas.
Cuando la homeopatía apareció a finales del siglo XVIII, la medicina era un conglomerado de teorías especulativas sobre las causas de la enfermedad y, los recursos terapéuticos eran muy escasos. Cuando había una epidemia los médicos no tenían medios para controlarla, algunas enfermedades que hoy nos parecen banales, entonces eran causa de muerte y, por supuesto, si un paciente requería de una cirugía, la mayor parte de las veces fallecía durante la intervención.
En este contexto precario de la medicina, Hahnemann presentó la homeopatía como la única alternativa a los sistemas de curación de su época. Convencido de ello, arremetió contra los colegas que la practicaban y, esta forma de defender el nuevo método curativo, provocó el rechazo y alimentó el enfrentamiento por parte de quienes se sentían atacados con duras críticas. Uno de sus más leales discípulos, el Dr.
Franz Hartmann, describe las lecciones que Hahnemann impartió en la universidad de Leipzig en 1812: “Desgraciadamente, las lecciones no fueron adecuadas para ganar amigos y seguidores para sus teorías o para sí mismo, pues siempre que era posible derramaba hasta la última gota de una riada de injurias contra la medicina antigua y sus
seguidores”2.
La forma en la que Hahnemann defendió la homeopatía ante sus colegas provocó una reacción contraria hacia sí mismo y hacia el nuevo método terapéutico. Los médicos más experimentados, convencidos de sus procedimientos, no se sentían invitados a conocer la nueva terapéutica y mostraban su rechazo ante ella. Sólo un grupo de jóvenes, estimulados también por una relación personal con aquel profesor revolucionario, se convirtieron en su equipo de colaboradores pero, los intentos de Hahnemann para que los alumnos estudiasen sólo homeopatía se vieron frustrados por la oposición que generó con su forma
de impartir las clases.
Otro testimonio muy interesante, sobre el modo en el que Hahnemann trataba de convencer de la eficacia de la homeopatía, es el del profesor Puchelt quien en 1819 escribió un artículo en el Diario de Hufeland en el que defiende a Hahnemann de sus detractores pero, también critica la falta de respeto con la que atacó la medicina de la época y, le reprocha el perjuicio que se hizo a sí mismo y a su método por la actitud de descrédito hacia el resto de los médicos. En el mismo artículo expresa: “Estoy por creer que la teoría en su conjunto no habría sido tan discutida, sino aceptada y utilizada por muchos médicos, si Hahnemann no hubiera declarado una guerra abierta a todo el resto de la medicina”3.
Hahnemann fue un médico afamado por sus éxitos terapéuticos; obtenía buenos resultados con los medicamentos homeopáticos en enfermedades como el tifus o la escarlatina sin embargo, sufrió el rechazo de sus colegas que se posicionaron al lado de los farmacéuticos, éstos le acusaban de entrometerse en su competencia por preparar y dispensar los medicamentos a los pacientes. La polémica que se creo entre unos y

otros obligó a Hahnemann en 1820, a abandonar Leipzig y marcharse a Cöthen.
Hemos de tener en cuenta que en la medicina del siglo XIX había una pluralidad de doctrinas y sistemas que provocaba un clima de escepticismo y desencanto. En este panorama general, la nueva propuesta terapéutica fue víctima del rechazo porque echaba por tierra un saber guardado celosamente en las escuelas y academias pero también, porque la forma en la que Hahnemann la presentó, no despertó el interés por conocerla sino que más bien, provocó una reacción contraria al atentar directamente al orgullo de los profesores. Tal como dice Alvarez
de Araujo en su Anuario (1862): “Las Academias no están destinadas al progreso de las ciencias sino a su conservación y los profesores encanecidos en la práctica de la medicina, por tanto, desconfiados y descreídos, están poco dispuestos a volver a empezar”4.
Algunos discípulos de Hahnemann también sufrieron la incomprensión y el rechazo de sus colegas por practicar la homeopatía. En España los primeros homeópatas fueron cuestionados por aplicar unos medicamentos desconocidos sin pararse a valorar los resultados.
Una de las primeras manifestaciones contrarias a la homeopatía tuvo lugar en Cádiz en 1839, cuando el Dr. Juan Ceballos y Gómez hizo una impugnación a la nueva terapéutica desde las páginas de la Revista Mensual de Medicina y Cirugía, calificándola de teoría surgida de la imaginación acalorada. Por las mismas fechas, al Dr. Sebastián Coll se le encargó tratar con homeopatía a los enfermos incurables de una sección del hospital de Toro (Zamora) y consiguió que ninguno de ellos falleciera, sin embargo, la Junta de Beneficencia del hospital decidió cerrar dicha sección e impedir el trabajo del Dr. Coll. En 1840 este mismo doctor fue
invitado por los estudiantes de medicina de la Universidad de Valladolid, para que les hablara de homeopatía pero, tanto los profesores de la universidad como los de la Academia Médico-Quirúrgica, impidieron que la conferencia tuviera lugar. Era evidente, que los representantes de la medicina oficial no mostraban interés por conocer una novedad terapéutica que atentaba las bases de su práctica y estaban más preocupados en defender celosamente el “arte de curar” que en averiguar las posibilidades de la nueva medicina.
En 1845 el rechazo que viven los homeópatas en nuestro país es el estímulo para que se organicen y formen la primera asociación profesional: la Sociedad Hahnemanniana Matritense. En los años siguientes la homeopatía sufre los momentos más duros de enfrentamiento con la medicina oficial. Diversos factores contribuyeron a provocar una reacción contraria a su desarrollo: el alto grado de expansión que tuvo en pocos años, la creciente demanda y popularidad, la defensa que hacían de ella algunos catedráticos y la simpatía del Gobierno que había promulgado dos RR.OO en 1850, para que los homeópatas se encargaran de una cátedra de homeopatía. En este mismo año, ante los intentos de lograr un marco legal, la lucha antihomeopática alcanza su punto más álgido. Algunos académicos y profesores de la facultad de medicina se sienten incómodos. No conocen la homeopatía y tampoco quieren hacer el esfuerzo por conocerla, de modo que deciden atacarla porque consideran que su propagación es un peligro para la ciencia. En ese marco de enfrentamiento salen a la luz publicaciones periódicas en ambos bandos, el de los homeópatas y el de los alópatas. El objetivo de estas ediciones no es otro que desprestigiar al grupo contrario, todas ellas carecen de interés científico porque sólo fueron un vehículo de expresión para descalificarse mutuamente.

Reconocidos catedráticos como los doctores Tomás Corral y Oña, Vicente Asuero y Cortázar, Pedro Mata y Fontanet, Ramón Frau y otros, lanzaron públicamente sus ataques sin ningún tipo de pudor ante la inconsistencia de sus argumentos. Entre ellos destacaron Tomás Corral,
quien en 1850 publicó un texto con unas lecciones impartidas en la Facultad de Medicina de Madrid, para prevenir a sus alumnos sobre los males de esta terapéutica. Este profesor muestra con sus explicaciones el desconocimiento que tiene sobre la homeopatía a la que juzga con ligereza en estos términos: “…el valor intrínseco de la homeopatía como especulación filosófica y como doctrina médica es nulo, por lo tanto es una profanación hacer uso para combatirla, de las armas nobles del raciocinio”5 . Se niega a analizar los resultados clínicos y su discurso es una confusión permanente basada en conceptos que trata de contraponer con la homeopatía. Al final de su obra señala: “…es preciso ponerse en guardia y no admitir en la ciencia nada que no esté rigurosamente ajustado a la observación y la experiencia, iluminadas con un criterio justo y recto. Esto se consigue a fuerza de estudio y detenimiento. La naturaleza es muy avara y no descubre sus verdades, sino al que la investiga con juicio y constancia”6. Tiene razón en lo que dice pero, es todo lo contrario a lo que manifiesta a lo largo del texto que es un ejemplo de la falta de rigor, observación y criterio ya que el Dr. Corral y Oña no se detuvo a estudiar una materia que condenó sin conocerla.
Algo parecido encontramos en el Dr. Pedro Mata y Fontanet7, insigne médico que hizo aportaciones valiosas en el campo de la Medicina Legal, sin embargo, atacó la homeopatía con argumentos poco convincentes y no dudó en organizar un ciclo de conferencias en el Ateneo de Madrid para lanzar contra ella sus ataques; posteriormente publicó sus diatribas en dos tomos bajo el título: Examen crítico de la homeopatía. En estos textos, en los que mantiene de principio a final un tono irónico, insulta a Hahnemann y también a Paracelso e Hipócrates. Se burla de la experimentación pura y del análisis de los síntomas para la elección del medicamento. Ridiculiza la acción de las dosis infinitesimales con ejemplos que rayan lo absurdo. El desdén y la burla que destilan sus expresiones en contra de la homeopatía, muestran una falta de conocimiento de la misma, una actitud intolerante y una carencia de espíritu científico en quien afirma estar sustentando la verdad absoluta en medicina.

Durante la década de los sesenta El Siglo Médico, una destacada publicación médica de la época, fue también la tribuna a la que se asomaron algunos médicos para atacar la homeopatía con insultos y desprecios: “La homeopatía ha de morir y en qué fundamos esta suposición?…en lo que todo médico pronostica cuando ve a un raquítico engendro, marcado con el vicio original, atravesar vacilante algunos años de vida…la homeopatía es un tumor o excrecencia en el cuerpo profesional”8, estas palabras son de Matías Nieto Serrano, (Palencia 1813-Madrid 1902) médico militar y miembro del Consejo de Instrucción Pública.
No todos los médicos que se acercaron al controvertido tema de la homeopatía lo hicieron en el mismo tono de burla y desdén, cabe señalar, entre quienes mostraron una actitud más tolerante, al Dr. Benito Crespo y Escoriaza 9 , que publicó un libro en el que demuestra poseer una información más amplia sobre las bases de esta terapéutica, a la que le reconoce multitud de curaciones, algunas las considera asombrosas pues él mismo fue testigo de ellas y afirma que: “…es indudable que en la práctica la homeopatía es un sistema de verdad y tanto por la seguridad del acierto, cuanto del mayor poder curativo y de la suavidad de los medios que emplea”10 . Entre todos los detractores de la homeopatía, el Dr. Crespo es el único que tiene como objetivo demostrar su ineficacia y, sin embargo, muestra una lógica razonable en sus planteamientos y admite sus éxitos en la clínica. También hemos de considerar la actitud ecuánime que mostraron en sus análisis el Dr. Varela de Montes en Santiago y el Dr. Hoyos Limón en Sevilla, ambos se acercaron al tema homeopático con espíritu crítico pero sin ironía, tratando de mostrar en sus análisis la validez de una medicina que no pasó desapercibida. En las críticas que los representantes de la medicina oficial hicieron a la homeopatía encontramos algunos elementos comunes: todos ellos justifican la necesidad de ocuparse de esta terapéutica para informar, a quienes no la conocen, sobre la inutilidad y la falsedad de sus principios. Salvo casos aislados, como los que hemos señalado, la mayoría de los autores que publicaron textos en contra de la homeopatía lo hicieron desde un total desconocimiento de la misma, recurriendo a las descalificaciones personales y, en algunos casos, a los insultos. Todas las obras adolecen de objetividad y destilan el desprecio hacia una terapéutica sobre la que no tuvieron el más mínimo interés en conocer. La mayor parte de las veces, la atacan con planteamientos ridículos con el fin de desprestigiarla, en muchos casos lo que estos autores consiguen es quedar en evidencia porque tras su aparente “espíritu científico”, lo que muestran son otras intenciones relacionadas con factores personales tales como: el temor a la pérdida de prestigio y de clientela o la falta de reconocimiento de su ignorancia sobre una materia que no conocían y que implicaba un esfuerzo de estudio. Había también un miedo a lo desconocido y al progreso de una medicina que cuestionaba las bases de lo que se admitía como científico, según los referentes del momento, es decir, según los paradigmas aceptados. Sólo si tenemos en cuenta estos factores podemos comprender que personas de reconocido talante científico actuaran con tan escaso rigor.
La actitud discriminatoria de los representantes de la medicina oficial llegó a tal extremo que, en 1863, la Real Academia de Medicina de Madrid pidió al Real Consejo de Sanidad del Reino la exclusión de todos los médicos homeópatas de los puestos oficiales. En el País Vasco, el Dr.
Fermín de Ozámiz e Inchauste (1816-1889)11 ilustra las dificultades del ejercicio de la homeopatía en el siglo XIX. El Dr. Ozámiz obtuvo su licenciatura en medicina en 1846 y en 1847 se instaló en Ondarroa como médico titular. En esos años comienza a estudiar homeopatía y consigue sus primeros medicamentos preparados por el farmacéutico Bruno López de la Calle, residente en Guernika. En la epidemia de cólera de 1855, el
Dr. Ozámiz atiende a los enfermos con medicamentos homeopáticos y obtiene buenos resultados. En los años siguientes practica la homeopatía en Ondarroa y Motrico hasta que en 1869, sus colegas alópatas elevan una queja al Consistorio de Ondarroa por las prácticas homeopáticas del Dr. Ozámiz, alegan también que cobra por dispensar los medicamentos y
esto perjudica también al farmacéutico local. El Ayuntamiento cede a las presiones de los alópatas y termina por declarar nulo el contrato que se le había hecho con carácter vitalicio. Es una de las muestras de la intolerancia y el trato discriminatorio que sufrieron los homeópatas por la presión de quienes se erigían en custodios de la verdad en medicina.
Un hecho curioso revela hasta qué punto los prejuicios de algunos médicos sobrepasaron los límites de la racionalidad. Sucedió en 1888 en Carcagente (Valencia), en esta ciudad había varios médicos homeópatas que eran solicitados por numerosos vecinos, algo que molestaba a sus colegas alópatas, éstos no tuvieron reparos para escribir un bando en el
que defendían la unidad del cuerpo médico y amenazaban, a quienes “introducían fraudulentamente al homeópata en su casa”, de excluirlos de la lista de iguala e impedirles concertar otro contrato que les cubriera la atención médica12.

Sobre estas actitudes de intolerancia hacia la homeopatía se manifiesta Alejandro Soler y Durán13 en estos términos: “en nuestro país la envidia, el encono y la dura oposición de los médicos, cirujanos y boticarios alópatas se ha manifestado y continúa manifestándose más fuerte que en otros países, y no para nuestra honra”14. Una referencia interesante, que también analiza las causas de la aversión a la homeopatía, la encontramos en el trabajo que el Dr. Robert Dudgeon presentó en el Congreso Internacional Homeopático de 1886.

Plantea que en los primeros tiempos no faltaron motivos para su rechazo, porque la homeopatía se presentó en abierta oposición contra los tratamientos establecidos y contra las doctrinas médicas reinantes, además, los intereses de las clases médicas y de los farmacéuticos se coligaron para combatir una medicina que atentaba contra sus intereses. En el momento en el que escribe el artículo, su autor expone que los médicos jóvenes no se sienten atraídos por la homeopatía porque prefieren las novedades, los remedios nuevos y enérgicos, sin olvidar que además, la homeopatía les cierra las puertas a todo cargo oficial.
Considera también, que todo intento de discusión provocado por los homeópatas para intentar acercar posturas con la medicina oficial es inútil, porque los partidarios de la vieja escuela la rehúsan y propone: “Reanudar nuestros trabajos, propagar activamente nuestros principios y demostrar la eficacia de nuestros medicamentos” 15.
La oposición a la homeopatía en el pasado ha sido objeto de estudio para algunos historiadores, tanto de la medicina como de la farmacia, que han sentido curiosidad por un enfrentamiento que ha tenido de todo, menos científico y donde el interés que debe unir a todos los médicos, con independencia de la especialidad que tengan o la terapéutica que utilicen, es decir, el enfermo, quedaba totalmente fuera de sus discusiones. Valverde y García Rejón en un estudio sobre el tema (1970) exponen: “Lo que más sorprende fue la falta de academicismo de que hacen gala las revistas profesionales cuando se ocupan de la
doctrina de Hahnemann y sus partidarios…las críticas fundadas en el terreno científico no aparecen y sí, ataques furibundos y altisonantes. La homeopatía y los homeópatas son considerados como una auténtica peste”16

Los medios que utilizaron los detractores de la homeopatía son criticables porque están muy lejos del rigor y del interés por la ciencia y más aún, de la búsqueda de posibles beneficios para los enfermos. Los médicos que atacaron la nueva terapéutica lo hicieron con un discurso inapropiado por la ignorancia que tenían sobre el tema. Las acusaciones que imputaron a los homeópatas, tienen claros matices de estar defendiendo intereses personales, relacionados con el prestigio profesional y el miedo al éxito de la nueva doctrina médica. Los representantes de la medicina oficial se mostraron incapaces de hacer una autocrítica o de cuestionar sus posibles errores porque para ello, son necesarias la humildad, que deriva de un corazón generoso y una mente clara para percibir la expresión de la verdad en la diversidad de formas y caminos que la vida nos ofrece en todos los ámbitos.

Han pasado muchos años y parece que la historia nos vuelve a colocar en un punto de mira que no hemos elegido, simplemente por haber optado por la homeopatía como especialidad y terapéutica de uso en nuestra profesión como médicos. Aunque haya algunos elementos de la situación que se repiten, hay otros que no y, en este caso, son favorables a la defensa de este método terapéutico que tiene su lugar en el contexto general de la medicina. Para empezar, los homeópatas del presente no ejercen la homeopatía en contra de nadie ni de ningún sistema. La medicina de hoy no es la de aquellos tiempos, su desarrollo tecnológico es indiscutible y somos conscientes de que la homeopatía tiene su ámbito de acción con resultados beneficiosos para el paciente. Hoy día, los homeópatas no estamos enfrentados a los farmacéuticos, reconocemos su trabajo y articulamos con ellos y con los veterinarios una labor conjunta para el desarrollo de la homeopatía en general. La historia también nos ayuda a comprender que no hay que malgastar el tiempo y la energía en discusiones inútiles, porque cuando el interlocutor no está dispuesto a escuchar no hay nada más que hablar. Como decía el Dr. Dudgeon, es necesario centrar nuestros esfuerzos en el trabajo bien hecho, en los resultados clínicos y en ser conscientes que nuestro compromiso más importante es con nuestros pacientes; sólo en esto debemos emplear nuestras fuerzas, para demostrar que la homeopatía es un método terapéutico que cura de una manera rápida, suave y duradera.

BIBLIOGRAFIA

ALVAREZ DE ARAUJO, A (1862) Anuario de medicina homeopática. Madrid. Imprenta de A. Vicente Preciados.
CORRAL Y OÑA, T (1850) La homeopatía o farmacología análogo-infinitesimal ante el criterio y el sentido común. Madrid. Imprenta A. Trujillo.
CRESPO Y ESCORIAZA, B (1869) La homeopatía juzgada en el terreno de la teoría y la práctica puesta al alcance de todos. Badajoz. Imprenta de D. José Santamaría.
DUDGEON R. (1886) “Adelante” en Revista General de Homeopatía. Traduc. Antonio Mateos. Bilbao.
GONZÁLEZ-CARBAJAL GARCÍA, I (2004) La homeopatía en España. Cien años de historia. Sevilla. FEMH
HAELHL, R (2011) Samuel Hahnemann. Su vida y su obra. Tomo I. Sevilla. Edit. Mínima.
NIETO SERRANO, M (1865) en El Siglo Médico. Boletín de Medicina y Gaceta Médica. Madrid. Año VIII.
SOLER Y DURÁN, A (1899) La verdad en medicina puesta al alcance de todos. Segovia. Imp. S. Rueda.
VALVERDE J.L, GARCIA REJÓN E. (1970). “Introducción a la homeopatía terapéutica en España” en Cuadernos de Historia de la medicina española. Salamanca.

1-Carlos G. Jung habla del misoneísmo y afirma: “El hombre civilizado reacciona con un miedo profundo ante las nuevas ideas, levantando barreras psicológicas para protegerse de la conmoción que le produce enfrentarse a algo nuevo”.
De ahí que hay una tendencia a perpetuar el comportamiento admitido por el grupo social al que se pertenece.
2 – HAELHL. R (2011). Samuel Hahnemann. Su vida y su obra. Tomo I. Edit. Mínima. Sevilla.
Pág. 149.
3 – HAEHL, R. Op. Cit. Pág. 163.
4 – ALVAREZ DE ARAUJO A. (1862) Anuario de medicina homeopática. Imprenta de A. Vicente Preciados. Madrid. Pág. 155
5 – CORRAL y OÑA, T (1850) La homeopatía o farmacología análogo-infinitesimal ante el criterio y el sentido común. Madrid. Imprenta A. Trujillo. Pág. 7
6 – Ibid. Pág. 241
7 – El Dr. Mata y Fontanet fue un importante médico del siglo XIX, creador en España de la
Medicina Legal y del Cuerpo de Médicos Forenses. Contribuyó a que la legislación penal tuviera en cuenta las perturbaciones mentales que podían influir en los comportamientos delictivos.
8 – NIETO SERRANO, M (1865) en El Siglo Médico. Boletín de Medicina y Gaceta Médica. Madrid. Año VIII. Pág. 43
9 – El Dr. Benito Crespo y Escoriaza era médico director en el balneario de Fuensanta (Asturias)
10 – CRESPO y ESCORIAZA, B (1869) La homeopatía juzgada en el terreno de la teoría y la
práctica, puesta al alcance de todos. Badajoz. Imprenta de D. José Santamaría. Pág. 60
11- La vida del Dr. Fermín de Ozámiz e Inchausti fue estudiada por Alejandro Gómez Guerrero en una tesina de licenciatura (1998).
12 – GONZALEZ-CARBAJAL GARCIA, I (2004) La homeopatía en España. Cien años de historia. FEMH. Sevilla. Pág. 157.
13 – Alejandro Soler y Durán no era médico homeópata pero era muy próximo a todo el mundo homeopático. Participó en la suscripción pública para el hospital homeopático de San José e incluso participó en el Congreso Homeopático de París de 1889 al lado de destacados homeópatas españoles.
14 – SOLER Y DURÁN, A (1899) La verdad en medicina puesta al alcance de todos. Segovia.
Imp. S. Rueda. Pág. 123.
15 – DUDGEON R. (1886) “Adelante” en Revista General de Homeopatía. Traduc. Antonio
Mateos. Bilbao. Pág. 37
16 – VALVERDE J.L, GARCIA REJÓN E. (1970). “Introducción a la homeopatía terapéutica en
España” en Cuadernos de Historia de la medicina española. Salamanca. Pag. 121-151.


Dra. Inmaculada González-Carbajal García
Oviedo, febrero de 2016


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